De la misma forma que el greenwashing amenaza a la reputación empresarial, el riesgo de impactwashing acecha a las firmas de capital privado que están dedicando recursos a la “inversión de impacto”. Este concepto necesita concretarse de forma contundente para no poner en riesgo su credibilidad y rol de acelerador de la sostenibilidad.
Una definición comúnmente aceptada de inversión de impacto hace referencia a aquella que “intencionalmente busca un impacto social o medioambiental medible, además de un retorno financiero”. Menciona las tres dimensiones, aunque en ella cabe tanto la mejora incremental, asociada a prácticas ESG, como el Impacto con mayúscula, el que cambia el sistema.
La inversión de Impacto en sentido estricto tiene requisitos propios y exigentes. Por ejemplo:
- Impulsa soluciones transformadoras, como nuevos modelos de negocio.
- El Impacto solo se consigue si el inversor se involucra activamente, por ejemplo posibilitando fórmulas mixtas de financiación o aportando conocimiento experto.
Acometer de forma genuina y exitosa la inversión de Impacto requiere mucho más que una narrativa específica. Por ejemplo:
- Fijar un marco de retornos para este tipo de inversiones.
- Centrarse en sectores en transformación a los que aportar diferencialmente.
- Colaborar con socios complementarios que también buscan el impacto positivo.
Invertir en Impacto es una oportunidad para los inversores comprometidos, capaces y atrevidos; un riesgo para el resto.