El reciclado de los residuos que generamos en las ciudades es un eje fundamental para avanzar en la descarbonización. Un ejemplo de esto es la utilización de los residuos orgánicos o biorresiduos, principalmente restos de comida y vegetales, para producir energías renovables, biocombustibles o fertilizantes naturales.
Por tanto, un acto tan individual y cotidiano como separar nuestros residuos domésticos y depositarlos en sus contenedores, mejora la sostenibilidad de nuestro entorno. Sin embargo, aun cuando nuestra sensibilidad medioambiental está en máximos, la tasa de reciclado de residuos municipales en España en 2020 (35%) estuvo muy por debajo del objetivo del 50% fijado por la Unión Europea. Esta brecha puede seguir aumentando, ya que la tasa objetivo crecerá en los próximos años hasta el 55%, 60% y 65% en 2025, 2030 y 2035 respectivamente.
Esta situación contrasta con la elevada involucración ciudadana en otras actividades ligadas a la sostenibilidad urbana, como las plataformas que reducen el desperdicio de comida conectando a personas u organizaciones con alimentos sobrantes o cercanos a su caducidad con otras que pueden aprovecharlos.
¿Por qué han calado en el ciudadano estas iniciativas de aprovechamiento de alimentos? Destaco cuatro razones:
- Parten en muchas ocasiones de la propia sociedad civil, que es consciente del problema y empatiza con él.
- Su impacto social positivo se percibe de forma muy directa.
- Están diseñadas pensando en su funcionalidad para todas las partes implicadas.
- Aportadores y beneficiarios confían en las personas u organizaciones que las gestionan.
En mi opinión, si contrastamos estas características con las de los sistemas actuales de reciclado urbano, en particular los relativos a los biorresiduos, la conclusión es clara: aumentar significativamente el reciclado requiere nuevas fórmulas que sitúen al ciudadano como protagonista. Este reto puede ser una excelente oportunidad para aplicar modelos de compra pública innovadora por parte de las administraciones locales.